Calesita

lunes, 4 de septiembre de 2017

La moderna lepra


Con la implantación del Vaticano II, la iglesia occidental perdió el uso de la lengua latina, y como muchos, hoy se la ignora. Es la modernidad dirán algunos, la modernidad que cada día nos hace un poco más ignorantes que lo que éramos antes del Vaticano II.
Con la pérdida del latín, apareció un católico totalmente desmemoriado. Es la modernidad, ante la cual, muchos prelados se inclinan, como a la diosa que los guía.
Como no deseo ser desmemoriado, y a pesar de las afirmaciones rotundas del líder indiscutible de la Revolución Vaticana, que grita como loco diciendo que el Novus Ordo es irreversible, sigo el rito gregoriano, y es dentro de este rito, que se presentan tres lecturas de San Agustín para meditar sobre el Evangelio del Domingo XIII, que este año fue el dos de septiembre.
ADVERTENCIA
Por favor, estas lecturas no son aconsejables para bergoglianos, modernistas o neomodernos, por las conclusiones que aportan luego de leerse. No se aconsejan para aquellos que desean continuar, en la desmemoria eterna. No deseo crearles dudas, cuestionar sus creencias o inciertas certezas y todo lo que no pueda serles útil. En tal caso, no lean lo que sigue:
EL TEXTO
San Agustín, tomado de Cuestiones Sobre los Evangelios. Libro II, Cap. 40. Lucas, 17, 12-19. Tomo la traducción latina de este enlace.
Aclaro que para el patriarcado ecuménico ortodoxo, este evangelio se meditó el 15 de enero, llamado 12º de San Lucas
PRESENTACIÓN DEL PROBLEMA.
1. A propósito de los diez leprosos sanados por el Señor con las palabras: Id y presentaos ante los sacerdotes, podemos plantear un montón de cuestiones que, con razón, inquietan a quienes investigan. No sólo la referente al número: ¿Qué significa el que sean diez y el que sólo uno de ellos se mostrase agradecido?
Investigarlo cae dentro del capricho personal, hasta tal punto que, si no se hace, en nada o en muy poco empece 1 el designio del lector. Más importante es responder a la pregunta de por qué los envió a los sacerdotes y quedaron curados mientras iban de camino. Porque no consta que enviara a los sacerdotes a ninguno de los beneficiarios de la salud corporal, a excepción de los leprosos.
También había limpiado de la lepra a aquel a quien dijo: Vete, preséntate a los sacerdotes y ofrece por ti el sacrificio que mandó Moisés para que les sirva de testimonio (Lucas 5, 13-14). Cuestión posterior es qué clase de limpieza espiritual haya que entender en aquellos a los que reprochó su ingratitud.
En el plano físico es fácil ver que un hombre puede tener la lepra y, sin embargo, no estar sano de espíritu; pero, en cuanto al significado de este milagro, la consideración de cómo un ingrato puede considerarse limpio inquieta a quien lo examina.
BÚSQUEDA DEL SIGNIFICADO.
    1. Hay que indagar, pues, el significado de la lepra misma. Pues de los que la vieron desaparecer de su cuerpo no se dice que fueran sanados, sino limpiados. En efecto, la lepra es un problema de color, no de la salud o de la integridad de los sentidos o de los miembros.
Por eso no es absurdo pensar en los leprosos como individuos que, al no poseer el conocimiento de la fe verdadera, profesan las diversas doctrinas del error. No son los que al menos ocultan su ignorancia, sino los que la sacan a la luz del día como si fuera una pericia consumada y hacen ostentación de empaque al hablar.
Por supuesto que no hay ninguna doctrina, por falsa que sea, que no tenga algún retacillo de verdad. Según esto, la mezcla de verdad y mentira sin orden ni concierto en una disputa o en cualquier conversación humana, como dejándose ver en el color de un único cuerpo, significa la lepra que modifica y motea los cuerpos humanos igual que si se tratara de afeites de color naturales o procurados artificialmente.
Estas personas son muy vitandas 2 para la Iglesia. Tanto que, si es posible, han de interpelar a Cristo a grandes gritos desde una lejanía mayor, al igual que estos diez se pararon a distancia y levantaron la voz diciendo: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Lo propio debe ocurrirles a ellos.
No me consta que nadie recurriera al Señor en demanda de la salud corporal dándole el título de maestro. Por ello, me inclino a pensar que la lepra es signo de toda doctrina falsa que un maestro competente consigue eliminar.
SIGNIFICADO DEL NÚMERO.
Hasta aquí la lectura de Maitines del Domingo XIII después de Pentecostés; pero agregaría del texto su final:
4. Ante esta realidad, resulta también fácil reparar en la posibilidad de que alguien, dentro del seno de la Iglesia, abrace la doctrina entera y verdadera, todo lo exprese según la regla de la fe católica y distinga al creador de la criatura (Cf Rm 1,25), y, por ello, manifieste haber carecido como de la lepra, esto es, de una variedad de mentiras.
Con todo, puede darse que sea ingrato para con el Señor Dios que le limpió, ya que, hinchado de orgullo, no se prosterna para dar gracias con piadosa humildad, y se asemeja a aquellos de quienes dice el Apóstol que habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias (Rm. 1,25).
Cuando dice que éstos conocieron a Dios, muestra que fueron limpiados de la lepra, pero luego, acto seguido, los acusa de ingratos.
Por eso, tales individuos quedan estancados en el número nueve, como personas imperfectas. Si al nueve le añadimos uno, se completa cierta imagen de unidad. En él se da un número tan completo que no avanza la numeración si no se comienza de nuevo a partir del uno. Y esta regla se mantiene en todos los números hasta el infinito.
El nueve, pues, necesita el uno para que el conjunto se agrupe en una como unidad y constituya la decena; el uno, en cambio, no necesita de las restantes cifras para mantener la unidad. Por todo ello, igual que los nueve desagradecidos y reprobados se vieron excluidos del consorcio de la unidad, así el único que se muestra agradecido fue aprobado y elogiado, simbolizando a la única Iglesia.
Y como aquellos nueve eran judíos se les hizo ver que, por su orgullo, habían perdido el reino de los cielos que es donde se mantiene la unidad en su máximo nivel. Este otro, en cambio, que era samaritano, término que se traduce por «guardián», atribuyendo el don recibido a su dador, y cantando en cierto modo las palabras del salmo: Oh fuerza mía, hacia ti miro (Salmo 58,10sometido al rey por su gratitud, mantuvo la unidad del reino con humilde devoción. 

CONCLUSIONES
De esta lectura de San Agustín, cantada en los Maitines del Rito Monástico tradicional, obtenemos las siguientes conclusiones:
1. Existen muchos que no ocultan su ignorancia, por el contrario, la gritan y pregonan a los cuatro puntos cardinales, como las nefastas siete trompetas del Apocalipsis. No pienso dar nombres, ellos están a la vista, basta escuchar sus delirantes gritos.
2. No existe doctrina por falsa que sea, que no conlleve algo de verdad en su interior, por ello esta doctrina se mantiene en pie.
3. Toda doctrina falsa es una lepra altamente contagiosa.
4. Quienes hacen ecumenismo con los leprosos, arriesgan contraer la lepra de las falsas doctrinas, si es que no la contrajeron ya.
5. El ecumenismo no aporta ninguna unidad, solo el samaritano, es decir, el guardián de la recta doctrina, es quien da la unidad. Los ecuménicos militan en el imperfecto número nueve.


1 Del verbo empecer: Impedir que se produzca algo.

2 Muy odiosas.

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