Un seminario de coribantes |
Paolo
Pasqualucci el día 22 de marzo de 2016 publica en Chiesa e Post Concilio un análisis demostrando como se ha demolido la piedad personal,
fenómeno que se observa en nuestros días.
El
trabajo del autor, es extenso y bien expuesto. Dejo la dirección
para quien desee leerlo por completo en su idioma original. [Link]
Por mi
parte solo extraigo estos breves, pero lapidarios conceptos, a modo
de crítica de nuestra misma era, donde, quienes buscamos una
utopía, hemos producido esta triste realidad.
Paolo
Pasqualucci opina en su punto primero: La
vida devota en sentido propio parece extinguida. Y
dentro de su desarrollo opina:
El
espíritu de oración no se puede mantener sin un rezo efectivo,
formado por nuestras oraciones cotidianas unida a sus meditaciones.
Es
decir que oración y meditación, deben ir de la mano. Con el invento
bugniniano
del Novus Ordo, elevado por nuestros torpes pensadores a la categoría
de tradición, en esta comunidad solo quedó la oración comunitaria,
desligándose de la práctica efectiva personal. La piedad
bugniniana,
si es que le podemos dar este nombre, como un ariete abatió los
muros de la piedad personal. De hecho, si no se reza en común, ya no
existe oración. Al no existir oración personal, tampoco existe
meditación.
Al
tacharse de individualista la oración anterior al muy discutido
Vaticano II, se impulsó sin pretender hacerlo, la demolición de la
meditación personal. ¿Motivo? Era individualista.
Por
ello afirma este autor:
Antes
del Vaticano II, en las parroquias se celebraban cada día muchas
misas y los fieles podían presenciar en la iglesia Rosarios,
Vísperas, Novenas. Hoy en cambio, en las parroquias se celebra por
regla general una sola misa por día, y es la del Novus Ordo. Por
consiguiente, la pobreza espiritual de la vida parroquial es
desoladora, desvastada por la creatividad litúrgica, y por múltiples
iniciativas “ecuménicas” a las cuales los párrocos se ven
atados.
Estando
así las cosas, los fieles se sienten realmente vacíos y buscan algo
que dé sentido a la hueca piedad instaurada por el invento
bugniniano
del Novus Ordo. ¿Qué hacer? Según el autor...
Es
comprensible que los fieles busquen llenar este vacío participando
de movimientos carismáticos o de ambiguo catolicismo...
La
verdadera devoción privada católica fue sustituida por la devoción
pública del movimiento, o del grupo-movimiento, en cuyo ámbito se
reza y se canta colectivamente, con arrojo, entusiasta por así
decirlo, a los fines de lograr una curación o también de sentirse
“iluminados” de un Espíritu, posiblemente en ese mismo lugar y
en forma inmediata. Estos “movimientos” cuyas “liturgias” muy
adherentes reemplazan a la de la Misa, provienen originalmente, como
sabemos, de la multiforme franja de los coribantes protestantes y es
por el momento improbable que por sí mismos logren regresar a la
auténtica devoción católica.
Este
fenómeno, lo palpamos nosotros, donde algunos fieles buscan, no se
sabe qué. ¿Un milagro? ¿Una experiencia directa de Dios? ¿Poder
tocar con sus manos el manto invisible de la Virgen? Es allí donde,
estas pobres almas, mutan del vacío espiritual, a la utópica
experiencia plena de la vida divina, cosa imposible, pues estamos en
este mundo, y solo luego de ganarnos el cielo, participaremos de esta
dicha.
Decía
un viejo canto a la Virgen, que los seguidores del Novus Ordo
bugniniano
eliminaron de su cancionero:
Un
día la veré con célica armonía
la
gloria de María dichoso cantaré.
Un
día al Cielo iré y la contemplaré.
Cantábamos
esto en nuestra vieja piedad hoy tildada de individualista.
No queríamos una experiencia súbita del Espíritu, ni un rayo
mariano que nos cegara. Ni un Espíritu que nos llevara al bailoteo,
ni un éxtasis que nos revolcara por el suelo. Teníamos Fe y
vivíamos una Esperanza, la misma Esperanza que hoy no se tiene, o no
se quiere tener. Lógicamente, este canto que acentuaba la Esperanza,
se cambió por otros donde se busca la experiencia directa, como lo
atestigua este estribillo en un simple canto narrativo al modo
luterano, donde la Esperanza brilla por su ausencia:
Es
hermoso ver bajar de la montaña
Los
pies del mensajero de la paz.
Y
sigue afirmando Pasqualucci, mostrando no solo la modificación y
mutación producida en la piedad católica, sino el gran peligro que
este cambio encierra:
...en
substancia la devoción de los fieles ha perdido su carácter
fundamental de “pietas” individual y privada, de culto
interno..., para actuarse hoy siempre más a menudo en formas
colectivas presentadas por el “movimiento”, el cual de su parte
persigue una relación espuria, claramente no católica, con lo
Sobrenatural (frecuentemente substituido por el preternatural
diabólico).
Hoy
nos percatamos que este hueco de pietas,
lleva a un circo espiritual, donde el sacerdote como un saltimbanqui
divino, produce una piedad colectiva que pasa a actuarse, en la misma
forma que lo hacían los coribantes griegos, que bailaban como en una
orgía durante las fiestas de la diosa Cibeles.
Cuando
un sacerdote hace de coribante,
danzando con el Santísimo entre sus manos; cuando un grupo de
obispos hace de coribantes, tal como se mostró al mundo en Río de
Janeiro; cuando nuestros católicos, faltos de Esperanza y huecos de
piedad personal, quedan embobados dentro de este circo religioso; en
fin, cuando la piedad toma ese sello de demencia, idolatría y falta
de seriedad, es que dicha “piedad”
adquirió el sello del demonio.
Esto
es así. Personalmente, precisaría el adverbio frecuentemente
de Pasqualucci. No existen en la vida espiritual, espacios vacíos.
Lo que no ocupa Dios, lo ocupa el diablo. Los coribantes, sin
percatarse, se han pasado al bando contrario.
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